Reálisis
Habían abierto la puerta de la habitación.
-Qué hacías? -preguntó Gabrielle, su madre.
-Nada… experimentaba sobre una cosa que he leído. Es inocuo, mamá.
Tysien todavía se encontraba con las piernas cruzadas en el suelo y el vínculo de Chi activo (el del pulgar y el índice).
-… La cena ya está.
-Muy bien. Subo ahora.
Tysien vivía con sus padres a unos kilómetros de Londres.
Le encantaba el garaje para sus prácticas. Había leído en algún lugar que se podían tener estadios de consciencia superiores. El budismo lo llamaba Nirvana.
Sin embargo, tenía la impresión de que lo que hacía no eran más que imaginaciones en su mente; tal vez de algún modo controlase la segregación de algunas endorfinas u hormonas…
Mientras iba pensando en todo esto llegó a la cocina, donde ayudó a poner la mesa mientras mantenía una conversación sobre temas sin importancia. La conversación prosiguió durante la cena.
Al acabar se disculpó diciendo que “tenía mucho que estudiar”.
La frase era cierta, si bien las connotaciones son, probablemente, erróneas. No tendría nada que ver con el insituto. Ni siquiera se trataría de un trabajo de investigación.
Su estudio era mucho más profundo. Cómo podía alguien, con 16 años preocuparse del cosmos? Era absurdo. Pero era, ante todo, cierto.
La luz de las lámparas le hizo pensar en algo todavía más profundo: ella podía conocer la ecuación para la luminosidad de una bombilla (pues está en los libros de física), pero… ¿Quién se encarga de balancear la ecuación, de despejar las incógnitas y asegurar que la igualdad es cierta?
«quién no es más que una función del pronombre qué», dijo una vocecilla en su interior.
¿Que era esa voz? ¿Era él? ¿Ella? El tono no era masculino ni femenino. Era ambos. No era ninguno.
Lo descubriría, pero no iba a ser ese día.
Una semana más pasó.
En ese tiempo se dio cuenta de otra cosa: habían pasado más de 10 años desde que decidió que “su color favorito es el negro”. Es más, cuando lo decidió ni siquiera había otros colores preferentes. Hoy consideraba muchos más en su gama cromática, aunque seguía destacando el mismo. Además siempre le habían gustado los lugares y ambientes fríos y oscuros (como la calle de noche o el garaje de su casa).
Ella misma se identificaba con ese color. Pero entonces cayó en la cuenta: no era ella quien era “oscura”. Al contrario, ella era la luz que lo iluminaba: cada vez que alguien estaba triste ella era capaz de robarle una sonrisa. Y llegó entonces a saber quién y qué era: era la luz.
Después de hacer ese juicio lo vio todo con muchísima más claridad, incluso se dio cuenta de que su comportamiento siempre había sido cálido y cercano a los demás.
Sabido esto volvió a intentar llegar a ese estadio superior, pero esta vez no lo hizo en el garaje, sino en su habitación, donde había estaba dando el sol toda la tarde. Era su “hábitat”… y siempre lo había sido.
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Ir al final (El mundo no es suficiente).
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