El reencuentro

Otro relato original mío. Es bastante largo (unos 5700 caracteres) así que haced click para verlo entero.

Incontables noches habían pasado desde su expulsión de las Reuniones del Elíseo. (El Elíseo era el Bar Bleedflow, estaba a algunas manzanas de allí).
No le permitían el paso hasta que demostrase que era digno de estar entre ellos… de nuevo. «hay que joderse», pensó. Había sido él quien despertara a muchos de los que ocupaban puestos de importancia y había descubierto a muchos de los que violaran en el pasado la Mascarada.
No obstante, el único desliz que había tenido últimamente con cierta cabeza de ganado (que no merece la pena describir aquí) le había costado su reputación. «hijos de puta… el Diablo se os lleve».
La eternidad parecía pequeña comparado con el tiempo que llevaba sin sentido dando vueltas por la ciudad, sin siquiera ser visto…

De súbito vino a su mente uno de estos recuerdos olvidados, que uno cree no podrá volver a recordar jamás con claridad… la no-vida eterna obliga a realizar una selección de recuerdos importantes y borrar los demás, si uno no quiere morir; sin embargo, esa recapitulación al pasado le permitió evocar a lo que, hacía mucho tiempo, creía convertido en polvo. Había sido «alguien muy especial». «¿se dice así cuando quieres decir algo sin decirlo?» reflexionó también. Se dio cuenta también de que asignar ordinales carecía de sentido en el tiempo infinito.

En fin, el caso es que la evocación vino clara a su mente, como si pasase allí mismo, sobre un tapiz rojizo (¿terciopelo, tal vez?) estaba de pie una mujer esbelta que le guiñaba un ojo.
La mujer había desaparecido, no obstante; pero lo más importante no era el hecho en sí, sino su contexto: esa había sido la última noche que la había visto, y él estaba seguro de haber sido el último en verla.

Todo esto había ocurrido a un continente de distancia, y todavía más lejos en el tiempo.
Seguía andando en la penumbra cuando empezó a llover.
Después de recorrer dos manzanas sin nada que hacer vio el espejo de su recuerdo. Una mujer idéntica doblaba la esquina a 100 pasos de distancia.
«Será su hija, o probablemente su nieta», sin embargo, decidió que tal vez hablar con ella podría clarificarle qué había ocurrido aquellos días que tan atrás quedaban.
No fue detrás de ella, sino que cogió un atajo, con la técnica que su sire le había enseñado.
Apareció frente a ella por una calle diagonal, y le pareció en la penumbra ver algo en sus ojos… tal vez fuera el reflejo de las lámparas.
Según se acercaba su corazón comenzó a latir y sus pulmones a mover aire de nuevo.
«Demasiados interrogantes», comenzaré a clarificarlos.
—Hola, buena mujer… me recuerdas a una vieja conocida…
—Buenas noches, mi señor de ¿…?
—…Duskside. Peter Duskside. ¿Puedo acompañarla? Es una noche muy fría.
—De acuerdo, ¿por qué no?. —En efecto, el frío calaba hasta los huesos, para aquél que pudiese sentirlo.
—¿Y tú eres?
—Kate. Kate Delalie*. [*Nota del escritor: léase 'Kɛ:yt Delə'lɑ:y].
—Hm… ¿y hacia donde te diriges?
—No sé, tal vez podríamos ir al Bleedflow.
—De acuerdo, ¿por qué no? -repitiendo la respuesta anterior
—Buena memoria. ¿Y dices que me parezco a alguien? Espero que sea un cumplido. —dijo, divertida.
Él sabía perfectamente que no era ella, y sin embargo lo dijo, con el único motivo de leer sus emociones.
—Sí. Habría jurado que eras Catelyn Gekkou.
La expresión de la mujer se volvió más seria, como si fuese a decir algo importante. Entonces, al pasar hacia un callejón, ella le empujó (él se dejó llevar).
—¿De qué conoces a Cat.?
—… —esboza una sonrisa —¿no debería yo preguntar lo mismo?
Ella se dio cuenta de que aquel proceder no era lo más esperado en una situación como esa. Pero en lugar de disculparse, o siquiera contestar a esa pregunta, pensó; y por fin cayó en la cuenta de quién tenía delante. Él lo supo por cómo ella abrió los ojos para luego abrazarle con tanta fuerza que, de ser mortal, le habría dejado sin aliento.
Nunca llegaron al Elíseo. Jamás importó. El tiempo les había separado, el mismo tiempo que ahora les había vuelto a juntar.

* * *

—¿Sabes? Todos somos gotas de agua en el pañuelo que es el mundo. Sin embargo, vas a tener que explicarme cómo llegó tu gota a no secarse.
—Me gusta esa metáfora. Es muy acertada, y tal vez la explicación sea muy sencilla. Ha sido tu río de lágrimas el que ha impedido a mi gota expirar.
Él se sonrojó. ¿Quién se lo habría dicho? En cualquier caso, esa respuesta era obvia si supiese…
—¿Quién lo hizo?
—¿No lo sabes? ¿NO te lo dijo? Fue Morrester.
—Tal vez no tuvo tiempo. El sabbat le mató hace ciento treinta y seis años, el 16 de Enero de Nuestro Señor.
—Tan solo estuve dos meses con él antes de que se marchase, diciendo que te lo contaría… así que se lo llevaron antes de tener oportunidad…
—No te pongas triste, de eso hace ya mucho tiempo. —Dijo, mientras buscaba su mejilla. —¿Te gusta Aida? Todavía estabas viva cuando la estrenaron.
—¿Te has acordado? Verdi era mi compositor favorito. —señaló, con felicidad.

Los dulces momentos del pasado brillaban en sus cabezas, y parecían cobrar vida cuando los relataban, de nuevo, acostados todavía en la cama; con Verdi de fondo. [Hoy en día las minicadenas tienen mandos a distancia, xD].
Nada importaba ya. El infinito se hacía pequeño para describir gran parte de las emociones vampíricas. Mas la frase anterior se hace pequeña para describir lo que estaban sintiendo.

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